viernes, 30 de mayo de 2014

EL PROFETA VERDADERO SUFRE


DANIEL 10:1-3: En el año tercero de Ciro rey de Persia fue revelada palabra a Daniel, llamado Beltsasar; y la palabra era verdadera, y el conflicto grande; pero él comprendió la palabra, y tuvo inteligencia en la visión. En aquellos días yo Daniel estuve afligido por espacio de tres semanas. No comí manjar delicado, ni entró en mi boca carne ni vino, ni me ungí con ungüento, hasta que se cumplieron las tres semanas.
Sufre el profeta verdadero al percibir una realidad que nadie más ve. Su misión no consiste en contentar a todos sino en transmitir un mensaje de parte de Dios. ¿Quién quiere ir contracorriente? Ningún ser suspira con ganas de que le miren mal, le critiquen, le expulsen, le señalen con el dedo. Cualquier persona desea ser admitida, admirada, comprendida, considerada. El profeta verdadero sufre. Pierde el hambre y el sueño. No quiere ser elegido para dar el mensaje. Desearía huir y sabe que no debe. Ve como los demás se desentienden. Están ciegos ante la evidencia. El profeta verdadero sufre. Se queda solo contemplando la visión certera. Su tez palidece. Su cuerpo tiembla. Entiende el mensaje y cae al suelo. Pierde las fuerzas. No puede enderezarse. Enmudece. Siente que muere ante cada predicción. Como único testigo, lo que recibe le sobrepasa. Se queda sin testigos que le acrediten.

El profeta verdadero sufre aunque es persona apreciada por Dios. Lo que este le transmite es algo indescriptible. El receptor se siente más insignificante que nunca. Ve su poca valía. Su carencia para transmitir a otros lo que debe. ¿Cómo hacerlo? Sólo la fuerza que ofrece quien da la profecía le levanta y elimina su inmovilidad. Sólo Dios Fuerte da convencimiento. Dota a su enviado. Mas esto no garantiza que sea aceptado en su entorno. Por eso, el miedo no desaparece, de ahí que el profeta verdadero sufra. El aire se niega a penetrar en los pulmones. La espera hasta ver el cumplimiento de lo prometido se hace eterna. Se angustia. Debe aceptar que el temor será su compañero siempre. Él y el miedo serán inseparables. No obstante, el que manda la profecía da como contrapartida el valor. Se convierten en tres: el enviado, el miedo y la valentía. Un rebujado explosivo difícil de ordenar.
La suerte está echada. ¿Quién gana? Gana el Todopoderoso porque consuela, comprende y anima. Convence de autenticidad. "No temas, pues eres muy apreciado. La paz sea contigo. Ahora sé fuerte y ten ánimo". Es él quien, además, pone palabras concretas en la boca de el elegido que sufre de mudez.  Pero alrededor también revolotean los otros. Los que con falsedad se envanecen de ser enviados. Los que no tienen ninguna duda porque tienen claro su objetivo. Los que sin serlo se llaman elegidos. Los que pronuncian discursos vanos. Los que juegan con los sentimientos ajenos. Los que regalan palabras dulces a los que escuchan para ganarse su estima. Reitero: 
no todos son llamados a ser profetas. No todos permanecen receptivos. No todos tienen el valor suficiente para recibir el prodigio. Otros profetas que como Daniel sufrieron fueron Jeremías encarcelado por decir el mensaje de Dios a un pueblo rebelde que no quería  oír, Elías perseguido por el Rey y su esposa Jezabel por actuar en contra de los falsos profetas de Baal, Ezequiel—en nombre de Dios—les anunciaba que no habría tal paz mientras siguieran en tantas supersticiones, adoración de falsas idolatrías, injusticias, maldades, desvergüenzas e inmoralidades. Todo lo contrario a lo que los otros profetas—quienes tratando de buscar influencias y fama—les anunciaban pronta recuperación, regreso a su tierra y prosperidad democrática. El profeta Ezequiel los desmiente. Otro es Juan el Bautista le dice a Antipas que no podía unirse a Herodías, casada con uno de sus medio hermanos –también llamado Herodes–. Este hecho escandalizó al pueblo, dado que la ley prohibía este tipo de matrimonio. Juan el Bautista, condena la actitud del Tetrarca de Galilea. Con el tiempo, Juan fue acusado de sedición, perseguido, apresado y ejecutado par Herodes Antipas. Como ven, ser un verdadero profeta de Dios puede ser muy peligroso.




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