sábado, 21 de septiembre de 2013

CUANDO DIOS DESCIENDE


Yo estoy convencido que el Señor está tratando de llegar a su pueblo como nunca antes. Como lo predice la Escritura, el diablo ha descendido con gran furia, sabiendo que su tiempo es corto. Y ahora mismo, el pueblo de Dios necesita un gran derramamiento del Espíritu Santo, un toque sobrenatural, aun más grande que el de Pentecostés.
Piense en ello: los seguidores de Jesús no tenían que estar temerosos de armamentos nucleares. Ellos no tenían que encarar matrimonios del mismo sexo abiertamente en la sociedad. Ellos no temblaron mientras la economía mundial se tambaleaba a punto de colapsar. Está claro que necesitamos el poder del Espíritu Santo para afrontar estos últimos días – es así de simple.
Verdaderamente, el clamor de hoy día, se escuchó en los días de Isaías: “¡Oh, si rompieses los cielos, y descendieras, y a tu presencia se escurriesen los montes…para que hicieras notorio tu nombre a tus enemigos, y las naciones temblasen a tu presencia!...Nunca nadie oyó, nunca oídos percibieron ni ojo vio un Dios fuera de ti, que hiciera algo por aquél que en él espera” (Isaías 64:1, 2-4).
¿De dónde vino este clamor? Fue expresado por un profeta dolido por el letargo del pueblo de Dios, un hombre que sabía claramente lo que se necesitaba: una visita sobrenatural del Señor. Isaías estaba diciendo, “Señor, no podemos continuar como antes, con la misma rutina de una religión muerta. Necesitamos un toque tuyo, como nunca antes lo hemos tenido.”
Los mensajes proféticos de Isaías se escucharon en toda la nación. Era una época de grandes reuniones religiosas, completas con coros y orquestras y personas llenando las sinagogas. Las personas estaban versadas en las Escrituras y guardaban todas las ordenanzas de la iglesia. Pero, a pesar de toda esta actividad todas las enseñanzas, pompa y buenas obras – la atmósfera en las sinagogas estaba muerta. Hacer el trabajo de Dios se había convertido en un trabajo penoso para las personas, por una razón: No había nada de la presencia de Dios en sus rituales. Al mirar a la iglesia sin vida, Isaías fue movido a decir, “Nadie hay que invoque tu nombre, que se despierte para apoyarse en ti…tus santas ciudades están desiertas” (Isaías 64:7, 10). Esencialmente, Isaías estaba diciendo, Señor, tú nos has bendecido con buenos maestros, música y programas. Pero no tenemos tu presencia, tu fuego, tu poder del Espíritu Santo. No veo a nadie clamando a ti. Señor, rasga los cielos, desciende y danos tu toque.” Jesús mismo había llorado por estas personas altamente religiosas. Él clamó, “Vosotros tenéis la apariencia de piadosos, y andáis haciendo caridades. Pero por dentro estáis muertos. Al final, lo rechazaron, dándole la espalda a la oferta de gracia de Dios. Cuando los 120 discípulos se reunieron fielmente en el Aposento Alto, no estaban simplemente esperando por una fecha en el calendario. La Biblia dice, “Estaban todos unánimes juntos” (Hechos 2:1). Esto significa que se reunieron formando parte de un cuerpo para un propósito: con la esperanza de ver la promesa de Jesús hecha realidad. Su clamor era el mismo que en el del día de Isaías: “Señor, rasga los cielos y desciende. Haz que todas las montañas de oposición, humanas y demoniacas, se derritan a tu presencia, para que los perdidos se salven.” Sabemos lo que ocurrió: El Espíritu Santo cayó, con fuego visible apareciendo sobre las cabezas de los discípulos. Ese fluir los llevó a las calles de Jerusalén, donde miles de personas religiosas sin vida vieron y escucharon lo que estaba sucediendo. Inmediatamente el Espíritu cayó sobre esa muchedumbre, derritiendo cada montaña de oposición. Pedro se levantó para predicar, y súbitamente aquellos que habían rechazado a Jesús – masas que habían endurecido sus corazones – se derritieron cuando escucharon mencionar el nombre de Cristo. Y 3000 personas clamaron para ser salvos. Nuestro Señor tiene un remanente santo en cada nación. Y ahora mismo él está preparando gente que se han motivado a sí mismos a agarrarse de él. En pequeñas iglesias y reuniones en todo el globo – en China, India, Europa, África, Norte y Sur América – un clamor se está levantando, y se está volviendo más intenso: “Oh Dios, rasga los cielos y desciende. Envía tu fuego del Espíritu Santo. Derrite toda carne y manifiesta tu presencia.” Ellos saben que las palabras de Jesús a sus discípulos se aplican a ellos también: “Mi Espíritu cambiará todas las cosas en un momento. Todas las montañas de dureza e incredulidad se derretirán, y todos los estaban opuestos, ahora vendrán a unirse o vosotros.” Cuando esto suceda, no habrá publicidad del evento – no habrán cámaras de televisión, no habrá un evangelista anunciado, ni organizadores armando un “avivamiento.” En lugar de eso, habrán sólo personas desesperadas, con hambre esperando que el Señor se revele a sí mismo en su gloria y con su poder salvador.





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